El acompañamiento pedagógico, una
herramienta esencial para la práctica reflexiva
La palabra “acompañar” guarda acepciones diversas, que
van, desde la idea de hacer o dar compañía, estar o ir junto a otro u otros;
referido a una cosa, ser o existir en asociación o simultaneidad con otra;
existir con alguien o ser parte de su estado, condición, carácter,
personalidad, destino; hasta la concepción más pertinente para los fines de
este artículo, que considera que acompañar no es más que “tener empatía con los
sentimientos de alguien, participar de lo que está experimentando y seguir sus
progresos”.
El acompañamiento pedagógico, con toda lógica, es
diferente a la fiscalización y la supervisión, en tanto acompañante y
acompañado caminan juntos en la búsqueda de solución a las problemáticas
diversas que se van presentando en el aula.
El acompañamiento para la práctica reflexiva se
implementa mediante ciclos de planificación, observación y reflexión sobre la
acción realizada conjuntamente por acompañante y docente. Se asume que exista
una reflexión previa y posterior a la acción. Jacobo García y colaboradores
(2005, p. 86) describen al docente sensible a la palabra informada y a la
acción reflexionada, que puede desarrollar su trabajo de forma sistemática,
tiene capacidad de desarrollar su trabajo sobre y durante la acción e innovar.
Vale preguntarse entonces, ¿Cuál es la clave para lograr
que el acompañamiento pedagógico sea efectivo?
Estoy plenamente convencido de que las fichas aplicadas
durante el acompañamiento cumplen su rol, pues se le da seguimiento al proceso
a través de indicadores puntuales; ahora bien, ¿recogen las fichas la esencia
de la práctica áulica? ¿Se escapan o no detalles que bien pudieran recogerse en
un instrumento más abierto o flexible? Además, cuando al docente se le plantean
los números que contienen los indicadores, de acuerdo a si se trata de una
fortaleza o una debilidad, ¿no es esta una situación que crea barreras
sustanciales entre acompañante y acompañado? En tal sentido, la bitácora
resulta ser el instrumento más idóneo para la consecuente reflexión.
Por otra parte, menos es más. El Sistema Educativo Dominicano,
a través de sus especialistas de los distritos y regionales, da fiel
cumplimiento a los indicadores establecidos; sin embargo, algo que he sugerido
siempre es que los Distritos Educativos deben abocarse a lograr de manera
eficiente una cantidad determinada de indicadores, que pueden ir desde tres
hasta cinco por año. Y no estoy diciendo que no se observen todos, sino que los
Técnicos se especialicen en la marcha en esos tres o cinco indicadores, lo cual
implicaría hacer una indagación profunda de cada uno de ellos, socialización,
debate, exposición, mesa redonda, entrevista, y todo accionar que contribuya al
fortalecimiento de una práctica que parece sencilla, pero que tiene ribetes de
importancia capital.
Para ilustrar lo que estoy planteando les sugiero que
tomemos uno de los indicadores más sencillos, aparentemente, de los que
aparecen en las fichas de acompañamiento: la ambientación del aula. ¿Cómo
sugerimos que debe aparecer el aula para lograr aprendizajes más efectivos y
pertinentes? ¿Por qué lo sugerimos? ¿Qué base teórica tenemos nosotros para
sugerir eso? ¿Acaso logramos que el acompañado esté convencido de que esa es la
mejor manera de proceder? Y, por último, ¿estoy yo convencido de que eso debe
ser así, o simplemente estoy repitiendo lo que otros han aseverado sin hacer la
reflexión necesaria?
Durante mis primeras experiencias en acompañamiento
pedagógico con la PUCMM aprendí que, entre otras cosas, al acompañado se le
debía indicar sus fortalezas y debilidades, con el fin de establecer acuerdos
para que durante los acompañamientos subsiguientes aparecieran cambios
sustanciales. No niego que en algunos de los casos los resultados fueron
efectivos y significativos, pero casi en la generalidad de los casos, los
cambios eran pobres o nulos. Siempre me inquietó esta realidad. Luego, con la
experiencia de INTEC, fui descubriendo un escenario espantoso. Mi insistencia
acerca del cambio no se lograba, muy posiblemente, porque las necesidades de
cambio del docente acompañado las veía yo cuando le indicaba sus debilidades,
pero, ¿me ocupé yo alguna vez en conocer la realidad del docente? ¿Sabía yo si
ese docente contaba con la formación y las herramientas necesarias para dar el
salto? ¿Acaso me interesé alguna vez por conocer sus motivaciones, sus
limitaciones, su cosmovisión, sus intereses?
A todo esto le agrego la idea de que quien tiene que
convencerse de sus debilidades es el propio acompañado. Para esto, insisto en
que hagamos uso de la indagación dialógica, o Diálogo Socrático. Para tener
unas ideas más acabadas, sugiero la consulta del libro Los Diálogos de Platón,
que aparece en línea. En este libro, Platón nos muestra cómo Sócrates provocaba
a los que se consideraban sabios de la época, de manera tal que, por medio de
la pregunta, los interpelados terminaban contradiciendo las ideas que
sustentaban inicialmente.
En términos generales, cuando al acompañado le son
removidas las estructuras cognitivas, experimenta vivencias que jamás van a ser
olvidadas por él.
Por último, quiero decir que todo apunta a que la
cantidad de acompañamientos no necesariamente es directamente proporcional a
los resultados positivos que arrojan las prácticas áulicas. Lo que sí parece
irrefutable es que los progresos de los centros educativos en el área
pedagógica se deben a la socialización de los resultados en espacios diversos,
que van desde la atención individual (Coaching), las comunidades profesionales
(por áreas del saber), hasta los grupos pedagógicos.
Hasta un próximo encuentro…
Autor:
David Polanco
Coordinador Pedagógico
Liceo Rubén Darío, Altamira
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